LECTURAS 2003: PARA LEER EL XXI.

La Jiribilla.
3/11/2003. La Habana.
Los libros y los lectores son el último reducto resistente, la ciudadela final donde se decidirá el destino humano cuando las hordas del consumismo y la arrogancia imperial, del comercio sin alma y los antivalores, hayan derribado todos los otros muros de contención.
Estimados amigos del libro y la lectura, o lo que es lo mismo, valerosos náufragos de todas las intemperies del mundo globalizado:
Leer es hoy, en numerosos países, un acto tenaz de resistencia, la terca reafirmación de las esencias profundas del hombre en época de brutalidades descarnadas y oscurantismo sutil, como jamás vivió la Humanidad.
Leer sigue siendo un derecho largamente postergado para amplias mayorías del planeta.
Debe decirse que en nuestros días, cuando cualquier lector viajero puede mantenerse permanentemente en contacto con los libros preferidos, llevando en su equipaje una laptop y los discos compactos con las versiones digitales de su biblioteca particular de miles de volúmenes, millones de hombres y mujeres nacen y mueren sin haber podido leer a Neruda o a Carpentier, por solo mencionar dos autores cuyos centenarios nos preparamos a conmemorar en el 2004.
¿Puede llamarse civilizado un mundo que permita, ante sus ojos, la mutilación humillante que significa que una buena parte de sus habitantes tengan vedado el acceso al maravilloso universo de los libros?
Un congreso como el que hoy se inaugura debe dedicar, en consecuencia, sus primeras palabras, a condenar sin cortapisas, los mecanismos de exclusión y los sistemas que propicien, toleren y admitan como naturales e inevitables, al analfabetismo y la ignorancia.
¿Puede llamarse civilizado un mundo que, por mezquinas razones de mercado, sea capaz de vender a precios cada vez más prohibitivos los frutos del saber de la Humanidad, y que destine a la destrucción bárbara, cada año, a millones de volúmenes para evitar pérdidas económicas?
Un congreso como el que hoy se inaugura debe dedicar sus primeras palabras a condenar, sin vacilaciones, el uso del libro para enriquecer a voraces trasnacionales, a unos pocos privilegiados, mientras por sus precios, o la falta de estos nos empobrecemos espiritualmente todos.
Ante estas realidades, se ha puesto de moda una forma cómoda y glamorosa de poner en paz a la propia conciencia; un estilo cínico, farisaico, de diletante inculto de las urbes globalizadas que pretende hacer la buena obra del día, mientras desayuna ante su computadora: la de protestar por todo lo que, en la docta opinión del canon postmoderno, roce, aunque sea con el pétalo de la flor a que hace referencia la «Sonatina», de Rubén Darío, los sacrosantos principios del derecho a la libertad de expresión y el libre acceso a la información.
Soñemos, por un minuto, que habitamos el mejor de los mundos posibles, o sea, un mundo donde no haya analfabetos, la Biblioteca Nacional de Iraq abra sus puertas, cada mañana, para recibir a sus lectores, y un niño del altiplano boliviano pueda dedicar $ 29.00 USD a comprar, a este precio preferencial, el quinto tomo de Harry Potter. Sigamos soñando, ya que empezamos a soñar y soñar no cuesta nada, que, sin importar las ganancias o pérdidas, solo por su valor intrínseco, se promuevan por las transnacionales del libro, con el mismo júbilo con que se promueven los best sellers, libros de ensayo, poesía, o teatro, y las obras de los mejores autores de todo el mundo, incluyendo a los africanos, los árabes, los latinoamericanos que no viven en Londres, ni son académicos en los Estados Unidos, y los asiáticos, no nacidos en Singapore o Hong Kong.
En este mundo ideal, claro está, los límites de la libertad de cada cual coincidirían con los horizontes de su propia cultura, y garantizado el verdadero intercambio de ideas e información, sin centros dominantes y periferias dominadas, estaríamos en presencia, al fin, de la muerte del tan llevado y traído problema del libre flujo de ideas, del necesario, plural, y vivificante flujo libre y liberador de ideas que todos reclamamos.
¡Qué hermoso sueño! «y los sueños, sueños son».
En el mundo real, por ejemplo, el acervo de miles de años de años de la cultura universal arde en medio de Bagdad, la ciudad de Las Mil y una noches, en reedición magnificada del incendio de la Biblioteca de Alejandría; el «Acta Patriótica», supuestamente aprobada para combatir el terrorismo, se convierte en el terror de libreros, bibliotecarios y lectores norteamericanos; 50 mil ejemplares del libro de Michael Moore Estúpidos Hombres Blancos son condenados a muerte en forma de pulpa, tras el 11 de septiembre de 2001, por criticar al presidente Bush, y se salvan por la intransigencia del autor y la campaña cívica de una bibliotecaria valiente, mientras una supuesta ONG francesa, que se precia de libertaria y democrática, «Reporteros Sin Fronteras», actúa como amanuense inquisitorial del franquismo postmoderno del Sr. Aznar, declarando que el cierre del periódico vasco Egunkaria forma parte «de la necesaria lucha contra el terrorismo».
En el mundo real, por ejemplo, se recrudece, en vez de ser levantado, el bloqueo, que por más de cuatro décadas y con el auspicio de diez administraciones norteamericanas, ha pretendido doblegar por hambre, oscuridad y enfermedades al pueblo cubano, persiguiendo con senil saña a quienes desde territorio de ese país osen intentar enviar libro infantiles, de recetas de cocina, o las obras de Lincoln o Whitman directamente a Cuba, mientras se niega el acceso de bibliotecarios cubanos a servicios bibliográficos en línea, como el de OCLC, o a bases de datos esenciales para la profesión.
Los libros y las lecturas han de compartir la suerte del hombre y la mujer sobre la tierra. No pueden ni deben ser campos de batalla, más que en la inevitable lucha de ideas que desde la aurora de los tiempos han expresado. Quienes los respeten deben luchar porque estén al alcance de todos, y no permitir que se conviertan en rehenes, instrumentos de dominio, o enajenación banalizante.
Los libros y los lectores son el último reducto resistente, la ciudadela final donde se decidirá el destino humano cuando las hordas del consumismo y la arrogancia imperial, del comercio sin alma y los antivalores, hayan derribado todos los otros muros de contención.
Cuando en nuestros días tanto se hace para que no leamos, es señal inequívoca de que se trata de conquistar esta última frontera, y de someter a los últimos rebeldes.
Les damos a todos Uds. la más cordial bienvenida a una tierra de rebeldes cultos y resistentes dignos; de un pueblo que desde 1961 arrancó de sus ojos, para siempre, la venda del analfabetismo y la ignorancia, y que hoy redescubre el placer de la lectura y del saber, de todas las lecturas y todo el saber, tras los años duros del Período Especial, colmando escuelas, universidades y librerías con el ímpetu de los pueblos adolescentes. De una nación que se ha visto obligada a llevar la Feria del Libro de La Habana», a 19 ciudades de todo el país, y que hace que las bibliotecarias de la ciudad de Bayamo, como escuchamos el pasado sábado contar a un Diputado durante las sesiones de nuestro Parlamento, se vean obligadas a trabajar de pie, al ceder sus sillas de trabajo a los lectores que desbordan las salas.
A esta altura de mis palabras cabe una rectificación: también los sueños pueden hacerse realidad cuando se conquista la justicia, toda la justicia.
No en vano somos el pueblo que vio caer, por los pobres de la tierra, a José Martí en Dos Ríos, derribado de su corcel de batalla por tres balas españolas, cargando una mochila llena de libros; al Che acarreando tercamente, a pesar del asma y la fatiga, libros de Matemática y versos de Neruda, junto a su fusil; y a Fidel proclamar, en los inicios inciertos y gloriosos de la Revolución:
«No le vamos a decir al pueblo cree, sino lee».
Deseo, de todo corazón, que este sea el mensaje que este Congreso envíe al mundo.
Así es como concebimos leer el siglo XXI.
Eliades Acosta Matos: Director Biblioteca Nacional «José Martí»
Palabras de inauguración el la conferencia del IBBY.
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